miércoles, 7 de noviembre de 2007

Mýrin/Jar city. Tremendismo escandinavo

Escrito por Mariano Cruz

Una Película de Baltasar Kormákur

Una pequeña ciudad de Islandia (no hay grandes ciudades en Islandia), un paisaje desolado (no hay árboles en Islandia), batido por el viento y las olas de un mar permanentemente plomizo, un horizonte de montañas negras, calles de casas como cajitas herméticas y aisladas rodeadas de jardines secos y ralos, en estado de abandono. Un hombre aparece muerto en su casa de forma violenta. El caso es encargado al inspector Erlendur, un policía veterano, voraz y solemne a la vez, litúrgico y brutal si la ocasión lo requiere. La escasez de pistas en el lugar del crimen, el hermetismo de la comunidad, la intuición de perro viejo resabiado y escéptico de Erlendur le inducen a investigar la historia oculta tras una vieja fotografía de la tumba de una niña de cuatro años hallada en la casa del asesinado.
El investigador visita a una vieja colérica y desconfiada que vive en una destarlada caseta cerrada a cal y canto en una playa gris, ventosa y solitaria. La tía de la niña, reacia al principio a colaborar con la policía, accede finalmente a contar lo que sabe: Aude murió a causa de un tumor cerebral, su madre, ante lo insoportable del hecho, comete suicidio, la niña fue el fruto de una violación, el acusado fue investigado pero nunca condenado. A pocos metros de la casa de la tía, en el minúsculo cementerio de la Iglesia local, un edifico de madera negra rodeado de dunas y de la lacerante vegetación típica de las turberas y las zonas pantanosas del norte, hay una cita bíblica a modo de epitafio sobre la cruz de Aude: “Protégeme del enemigo terrible”.
Erlendur acude a Runar, un viejo jefe de policía apartado años antes del cuerpo por corrupción, un hombre física, moral y mentalmente arruinado. Encargado de investigar la violación de la madre de Aude, fue culpado de echar tierra sobre el asunto y proteger al acusado y a sus dos compinches a cambio favores inconfesables. Ante la negativa del anciano a responder a sus preguntas, el inspector Erlendur viaja hasta la prisión donde cumple condena Ellidi, uno de los dos viejos amigos del hombre asesinado, los tres formaban una caterva de tipos brutales y de mala reputación señalados por la rigidez puritana de la comunidad que los vio nacer como portadores de todas las ignominias; pedófilo, drogadicto y violento, el tipo se pudre en la cárcel mientras que del tercer miembro del Trio (así se hacían llamar cuando jóvenes), Gretar, solo se sabe que desapareció sin dejar rastro en 1974. El convicto confunde los términos del interrogatorio relatando un caso distinto de violación cometido por el hombre muerto sobre la persona de otra mujer y afirma desconocer lo ocurrido con la madre de Aude. El siguiente paso de la investigación es encontrar a esa otra mujer violada en Grindavik, para ello la investigación se transforma en una encuesta casa por casa. Los dos ayudantes de Erlendur recorren la localidad preguntando a las señoras jubiladas “¿ha sido usted violada alguna vez?”.
En un centro de investigación genética un joven investigador trabaja en el proyector de construir un mapa genético de la población de Islandia, su hija de cuatro años ha contraído neurofibromatosis, una enfermedad hereditaria responsable del tumor cerebral que termina finalmente con la vida de la pequeña. Haciendo acopio de datos y trazando el árbol genealógico de su familia se propone investigar la filiación de la enfermedad. En otro lugar, mientras comen carne en un restaurante barato, la ayudante de Erlendur relata el informe de la autopsia del cuerpo del Holberg; el forense ha descubierto en su cerebro un tumor benigno, producto también de la neurofibromatosis. Para Erlendur estas pruebas confirman lo que ya sabe, que el muerto era padre de Aude, pero avanzan una hipótesis aun más sombría: si el hombre asesinado es portador y transmisor de la enfermedad, la neurofibromatosis se convierte en la clave para encontrar a la segunda mujer violada de la que nada se sabe excepto por el testimonio de Ellidi. A partir de este momento la investigación sigue dos líneas paralelas que se dan la espalda una a la otra pero que forzosamente terminaran convergiendo: la del comisario Erlendur y la del joven investigador del Instituto de genética.
Iconográficamente la película es austera, como no puede ser de otra manera, teniendo en cuenta que el paisaje islandés es uno de los protagonistas en la pantalla. La resolución de la trama revela una lucha por la redención de viejos pecados ocultos, lucha que, a su vez, nos muestra que la frontera entre vicio y virtud no es exactamente nítida. El puritanismo protestante está permanentemente presente en símbolos como las iglesias, la Biblia, el entierro de la hija del investigador en el desolado cementerio frente a la playa con pastor recitando el responso ataviado como en los viejos retratos de grupo de la pintura holandesa, en una secuencia en la que dominan el gris, el blanco y el negro que remite inexorablemente a Dreyer. Junto a la sobriedad luterana se yuxtapone la vena vikinga, carnívora, bruta, el propio aspecto del Inspector Erlendur nos recuerda a un Leiff Erikson moderno. Su comida preferida es la cabeza de oveja (cerebros y cabezas muertas son unos de los símbolos iconográficos más frecuentes en la película) que degusta comenzando por el ojo ayudado tan sólo de una navaja mientras lee la Biblia (como contrapunto tenemos a su ayudante, aspirante a poli duro que se queda muchachito de manías poco viriles para el país de los vikingos, come vegetariano y le molesta sobremanera el humo de los cigarrillos que fuma el inspector compulsivamente mientras viajan en el coche para hacer sus pesquisas). Esta imagen de Erlendur leyendo la Biblia sentado a la mesa mientras devora una cabeza de oveja navaja en mano resume las dos fuerzas que chocan en el film: la virtud y el apetito, el pecado y el vicio. Erlendur, en su madurez, ha conseguido conjugar ambas líneas de fuerza: puede partir la pierna de una patada a un delincuente y a continuación colocarle un cojín debajo mientras espera a la ambulancia sentado junto él. Por el contrario, la lucha por la pureza del joven investigador de genética adquiere tintes mesiánicos y no duda en sacrificarse a sí mismo, como un cristo laico, para erradicar la enfermedad de la tierra. El trío de inicuos y viciosos, mancha una comunidad devota y respetuosa de los preceptos de Dios, ha inoculado al rebaño de cristo con un mal que se extiende causando, la muerte, el dolor, el suicidio, el odio, el rencor; la casa del muerto ha sido construida sobre la marisma, ciénaga pestilente que simboliza el pozo del pecado, origen de todo mal. La película, efectivamente, comienza con la muerte de la inocencia, el sacrificio de los infantes (otra cita bíblica). El arranque es sobrecogedor: el cadáver de la pequeña hija del investigador siendo ungido, vestido, preparado para su entierro en un ataúd de blanco inmaculado, mientras el coro de la policía de Keflavik entona una nana de despedida. La ley encargada de extirpar el cáncer del depravación del seno de la comunidad. En toda la película está presente esta exclusión del pecador o delincuente del rebaño de los tocados por la gracia divina. La enfermedad física es un símbolo de la enfermedad moral.
En el final, la verdad emborrona esa línea diáfana que pretendemos trazar entre virtud y pecado, línea que sólo mantenía intacta la reserva, la proverbial reserva protestante. El temor a Dios no es suficiente para vencer la tentación ante la soledad, el silencio, el aislamiento.
Mugison ha compuesto una especie de réquiem para la banda sonora, este lirismo fúnebre se hace especialmente presente en los planos aéreos del paisaje natural desolado y de las ciudades que, a vista de pájaro, aparecen como retículas de casas y calles separadas en compartimentos estancos. Sobre una de estas retículas se sobreimpresiona el título de la película en el arranque: jar city, la ciudad de los frascos, en referencia al lugar donde se guardan los recipientes que contienen los órganos de las desviaciones genéticas, conservados en formol.
Tras la escena final hamletiana en el cementerio, Erlendur conversa con su hija Eva sobre la repulsión, “crees estar libre pero te alcanza”, dice; ella está embarazada, el padre del niño es desconocido, habla de la esperanza. Volvemos a ver y oír al coro cantar la nana del principio y en un último plano aéreo, el cielo y el mar se vuelven azules por primera vez.

6 comentarios:

  1. Mariano, cariño... ¡síntesis, coño, que no estás en tu blog!, pero la leeré. ¡Vámonos al cine!

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  2. Pues la acabo de remasterizar, léetela de nuevo. Hay que irse ya

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  3. Te doy toda la razón en lo primero, pero como tú ya sabes, defiendo que no se puede hacer una buena crítica (de lo que sea) sin hacer una buena descripción de lo que se critica.
    En lo segundo te doy todavía más la razón si cabe. Escandinavia nos espera y yo ya no soy el mismo después de haber conocido (visualmente) a Viktoria Winge

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