martes, 5 de febrero de 2008

tiempo de revisiones









Sin solución de continuidad, seguimos hablando de cine después de la fiesta goyesca, al menos yo, porque lo que es el resto de la patrulla cinematográfica... El otro día pusieron en La 2 El buen amor, de Francisco Regueiro, autor del que no tenía noticia. Traigo aquí para que echemos unas sesudas risas cinepatológicas estos fragmentos de una joyita del cine español, cuya capacidad de sorpresa es indirectamente proporcional al nivel de interés que despierta en el paisanaje. En cuanto a las escenas, creo que hablan por sí solas del portento visual de este hombre; la panorámica desde el balcón enrejado en la que aparece súbitamente de espaldas la protagonista y el interesante detalle en el que la cámara pica y conocemos no sólo la altura a la que estamos sino que bajo los pies de la muchacha no hay nada (y hablo también en sentido metafórico), el imponente trávelin (ya quisiera Truffaut alcanzar las suelas de Regueiro con su tedioso desplazamiento en Los 400 golpes, insignificante y aburrido) de ella en primer plano y la forma en que acaba, la mano que se resiste y la mano que se empeña y por fin uno de esos planos cuya comprensión se completa al final del mismo, cuando la vemos a ella sola haciendo una caricatura de él en la ventanilla, y nos preguntamos dónde está el chico, y en un solo plano nos enseña que está ahí, fuera de campo, mirándola, o pensando en cualquier cosa, las franjas de luz en un vagón de tercera... Aquí hay (dejadme exagerar) más cine que en las toneladas de tontunas franchutes de Rohmer, Truffaut y hasta Godard juntas, y puede que Regueiro fuera de los afortunados que pudieron traspasar los Pirineos y traerse alguna influencia, o puede que fueran ellos los que se echaran a los ojos esta pequeña delicia. Próximamente, Amador, del mismo director.

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