Como varios de los ingredientes del Cineclub ya hemos tenido la clandestina oportunidad de ver "Control", de Anton Corbijn, y antes de que a nuestra amiga Yashir le dé por enseñarnos el culo, propuesta aclamada seguramente por la mayoría de los al lado firmantes, me apresuro a hablar de esta biografía cinematográfica de Ian Curtis, líder y alma de Joy Division, una de las bandas más importantes e influyentes, por decir algo original. Para estas cuestiones en particular soy muy básico; si en una película suena, por ejemplo, "Love will tear us apart" o "Disorder", ya me tiene de su lado y la miro con otros ojos, más cariñosos, por supuesto, pero eso no quiere decir que el entusiasmo melómano me hipnotice hasta anular mi capacidad crítica. Así, lo que puedo decir de "Control", más allá de mi confesada inclinación por la música que hacían los de Manchester y por la música que ha nacido de ella (óigase, zum beispiel, The Cure, emperadores del rock y con los que habría que hacer justicia cinematográfica con una superproducción ad hoc), es que es una película notable, con más sorpresas agradables que pifias de principiante, con una fotografía impecable, eso era previsible, con dos o tres detalles portentosos y sí, unas magníficas y enérgicas versiones de las canciones fundamentales de Joy Division interpretadas por los propios actores, entre los que destacan el protagonista, Sam Riley, cuya valoración no debería regirse por su indudable capacidad imitativa sino por la construcción independiente de un personaje como el de Curtis. Hay que llamar la atención por supuesto sobre Alexandra María Lara, quien interpreta a Annik Honoré, curiosamente, nombre cuyas siglas se corresponden a las de Adolf Hitler (espacio aparte merecería un profundo estudio no sólo de la influencia estética del Nacionalsocialismo en los tiempos del punk sino en el cine en general)... y evidentemente sobre Samantha Morton. Finalmente, ¿se podría hacer algo parecido con la tan cacareada "movida"?