martes, 24 de junio de 2008

La niebla (de Stephen King), de Frank Darabont


Cuando Mariano apuntó, en el debate posterior a la proyección de La niebla, que, en la secuencia final, a nadie se le ocurre acercarse a una gasolinera, estaba dando en el clavo y en el talón de Aquiles de las películas de este género (a las que hay múltiples referencias, especialmente a las denominadas serie B); se desmoronan bajo la leve presión de una pregunta lógica. No es que sea una mala película, pero está claro que tampoco es buena. Diría que le sobra una sección completa en medio de su longitud, concretamente a partir del primer fundido a negro, y hasta me habría gustado que terminase justo cuando los protagonistas deciden abandonar el supermercado y aventurarse en el territorio dominado por la niebla. En ese punto, tirando el plano desde dentro del supermercado, haciendo un recorrido por las caras atónitas y desesperadas de los que se quedan, Darabont habría culminado una historia de terror con una hermosa metáfora con multitud de interpretaciones, la más evidente de ellas, la batalla entre la ciencia, el impulso por conocer qué hay más allá, la búsqueda de la verdad, y la creencia religiosa, la resignación y sometimiento a unos dogmas indiscutibles, encarnada por el abominable personaje de Marcia Gay Harden (abominable no sólo por su actitud como personaje sino incluso por su inclusión en la estructura narrativa). No obstante, Darabont se monta en el Landcruiser y nos lleva hasta el confín de la niebla. Cuando por fin se agota el combustible y se produce el desenlace, aún consigue rizar el rizo y colocar una potente guinda a un pastel que por momentos empalaga, pero que no deja mal sabor de boca.

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