jueves, 16 de octubre de 2008

Esto, desde luego, no es cine


Cuando una película recibe la atención masiva que ha recibido El niño del pijama a rayas mi predisposición es casi siempre negativa, lo reconozco; afilo los colmillos y me siento en la butaca como una pantera entre los arbustos, esperando a saltar sobre la presa al menor descuido, pero es que El niño del pijama a rayas se merece que la despedace con toda la razón. No es una mala película, desde luego, y hasta tiene un par de planos interesantes y una de las mejores frases que he oído en mucho tiempo en el cine por su capacidad definitoria de un personaje y por su precisión informativa sin perder naturalidad; "huelen aún peor cuando se les quema", línea de diálogo que desvela la veta más interesante y por desgracia menos explotada de la historia, es decir, la relación entre la mujer del comandante del campo de exterminio y este; hasta qué punto el ciudadano alemán era consciente de lo que estaba pasando; cómo podía hacer oídos sordos y cómo podían mirarse a los ojos unos y otros. Por pura casualidad, el día anterior estuve viendo La zona gris, una visión del exterminio industrializado más exacta y verosímil que esta sentimentaloide (clembuterol a cascoporro, que diría mi amigo Gonzalo) y ñoña producción televisiva de la BBC, cuyo guión está repleto de trampas, engaños y giros forzados para lograr la complacencia de un público ávido de sentirse compasivo. El niño del pijama a rayas se une a fantasías pueriles como La vida es bella para contarnos el llamado holocausto de la peor forma posible, es decir, trivializando lo que para más de seis millones de personas, según los cálculos convencionales, fue algo de lo que ninguno de nosotros podremos hacernos la más mínima idea salvo que corramos la misma suerte que aquellos desgraciados. Al niño alemán, por cierto, lo gasean junto al del pijama al final de la película (porque al escritor y al guionista, que una vez más toman al espectador por imbécil, se les ha puesto en las narices).


Después de haber visto Wall-e no podía dejar pasar la oportunidad de echarle el ojo a esta muestra de la animación española, con la ingenua intención de comprobar el estado de salud de la misma. Pero comparar Wall-e con Espíritu del bosque es como comparar a Bach con El canto del loco, a Laudrup con Prosinecki, la Pepsi con la Coca-cola, en fin, es cometer una barbaridad peor que la de echarle azúcar a la mayonesa. Que un carpintero sepa construir un velero no quiere decir que lo sepa pilotar, y aquí se concentran los interminables defectos de este excremento; hacer animación no es sólo hacer animación. Y menuda animación: hace diez años, en los especiales sobre infografía de Metrópolis, se podían ver piezas de un minuto mejor hechas que Espíritu del bosque, una aburrida y estúpida gilipollez. No tiene guión, no tiene planificación, no tiene gracia, no tiene sentido, no tiene belleza, no tiene una miserable pizca de originalidad, es lo peor del mundo.

1 comentario:

  1. jo, eres tú el psicópata. Y los psicópatas no pueden alimentarse con esas bazofias... titi, ni yo los veo, que tengo un estómago de jierro.

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