martes, 30 de diciembre de 2008

Crepúsculo, de Catherine Hardwicke


El acierto (la astucia, voluntaria o no del guionista) estructural de Crepúsculo es retrasar el momento del beso entre los protagonistas de esta historia de amor. Esto permite el desarrollo de la relación sentimental sin la habitual forma abrupta e inverosímil del cine de Hollywood. Además, puesto que se tiene el sentido común de mantener un único punto de vista, el del personaje de la chica, la información se dosifica a través de ella; es su curiosidad la que guía y acompaña la curiosidad del espectador, implicándonos en el recorrido. Y claro, a qué niñata de 14 años no le gustaría un Ken como el vampiro caravaca este de novio, ¿en? Entre los defectos hay que destacar los pésimos efectos especiales (esos saltitos de árbol en árbol cual ardilla voladora, rediós), el maquillaje (de repente la cosa parece una fiesta de travestis) y las dos o tres trampas inevitables en el guión. Entretenida en su mayor parte, Crepúsculo hace honor a su título y pierde luz conforme avanza, arrastrándose por el suelo cual reptil cuando aparecen los malos de la película y todo se convierte en carreras y peleas. Por supuesto, la cosa termina preparando la segunda parte. Tardará mucho en salir el sol.

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