sábado, 9 de mayo de 2009

La sombra del poder, de Kevin Macdonald


Hay cosas que empiezan a molestarme mucho del cine. Me molesta sobre todo la mediocridad temática y creativa, pero en este caso, como en el de otras muchas películas, me molesta y me aburre que el director no sepa contar una historia sin recurrir una y otra vez al primer plano (¿cuántos primeros planos hay en Centauros del desierto?) y que el teléfono se convierta en un elemento que, cuando conviene, está fuera de cobertura o sin batería o es el camino más fácil y vulgar para hacer avanzar la narración. Últimamente además, para más inri, el buscador Google es la fuente principal (y parece que infalible, ¡ja!) para cualquier argumento de investigación, fomentando la ya de por sí perezosa comodidad de los guionistas (y quien dice guionista dice periodista o estudiante). El cine se ha vuelto vago y, como las papillas para los nenes, fácil de digerir sin necesidad de masticar. La verdad es que me siento como el judío aquel de Ben Hur que esperando la llegada de un mesías mientras pisotea el barro. Ay, señor (del cinematógrafo, por qué nos has abandonado).

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