miércoles, 16 de septiembre de 2009

Expediente 39, de Christian Alvart


De nuevo, película tramposa. Y es que ya se me hacía extraña (por explícita) la presentación de los padres de la niña protagonista. El guionista, muy astuto, y el director, muy chachi, hacen que estos personajes parezcan malos malísimos al modo zafio y bruto de Eastwood, y apenas ha empezado la película los vemos intentar meter a la niña en el horno de la cocina... criaturita, con lo chica que es. A continuación son detenidos, pero, como digo, el guionista, que es un listo, mira para otro lado y nos hurta la confesión de los padres sobre la razón de su tentativa de homicidio, pues si lo hicieren, es decir, si Ray Wright fuera un guionista decente, no habría película o sería bien distinta (es decir, exigente con la capacidad creativa del autor). Así, una vez que ya es insostenible la sospecha sobre los padres y la película nos informa de que la niña es un auténtico demonio, esta cambia de actitud, sin más transiciones, pasando del celeste empalagoso al rojo sangre y amarillo chulería por las buenas. A tal falta de honestidad del guionista se le unen, además de los fáciles recursos del cine de terror actual (ya comentados en Arrástrame al infierno), las hilarantes incoherencia e inverosimilitud propias del cine fantástico, por las que la niña es capaz de atravesar una puerta cerrada a cal y canto, arrastrar sin transpirar una cama y todo mueble que se le ponga por delante y clavar en el suelo un destonillador hasta la empuñadura, pero, ay, esa poderosa fuerza diabólica no le es suficiente para salir del coche en el que, finalmente, parece ahogarse para descanso y consuelo de una mediocre Renée Zellweger. Aparte de las evidentes costuras con las que está malhecha la película, lo interesante es el lado metafórico de la historia, y es que, tal como puedo comprobar cada día gracias a la piara de niñatos endemoniados y dictatoriales de mi vecindario y sus histéricos y vulgares progenitores (quienes, da vergüenza reconocerlo, desconocen las prácticas y, visto lo visto, cada día más necesarias, aplicaciones de la industria del látex), la mayoría de estos pequeños Mussolinis merecen, más que el horno de la cocina, un buen Oswiecim, a ver si así se están quietos... un ratito.

1 comentario:

  1. Illo, eres el trampitas!!!

    Pero estoy contigo... hay que promocionar el latex

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