miércoles, 21 de octubre de 2009

Gigante, de Adrián Bíniez


Uno, a pesar de todo, proyecta su, a estas alturas escuálida esperanza, allá donde se vislumbre un atisbo, una promesa, por pequeña que sea la llama, del dorado resplandor de la energía y el ingenio cinematográficos. Ocurre que uno siempre se vuelve a casa apesadumbrado y decepcionado y, lo peor, con menos reservas en el corazón. El uso y abuso de convenciones narrativas, la incapacidad creadora del guionista para mantener viva la estructura de una película más allá del segundo o tercer rollo sin recurrir a trampas o fullerías, la falta de atención a los personajes o la inmersión de los mismos en la ciénaga de los clichés, la mediocridad argumental, la nulidad estética o la superficialidad intelectual son taras y faltas habituales en el cine contemporáneo. Y no parece haber antídoto a tan poderoso tósigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario