viernes, 11 de diciembre de 2009

Luna nueva, de Chris Weitz


Al final de la película el guaperas le pide matrimonio a la niñata a cambio de transformarla en vampiro; como bien observó mi dueña, diríase que, sin el trámite nupcial, el guaperas se negara a consumar una relación para desespero de una Bella que, a estas alturas de culebrón, evidencia una falta de cariño que casi le chorrea... por los poros. Esperar de esta cosa algo, por pequeño que sea, a lo que podamos agarrarnos para definirla como película es como esperar compasión de Heinrich Himmler. Cuando no es cursi es tan explícita como un prospecto, cuando no es confusa es pesada, cuando no es ridícula es tediosa. Qué se puede esperar de un cacharro cuya única intención es la de engañar a los incautos y sacarle las perras a las adolescentes. De entre tanta pose dramática forzada, de entre tanta solemnidad hilarante, de entre tanta palabrería sin sentido del humor, de entre tanta torpeza visual, de entre tanto embutido sentimental, de entre tanta miseria creativa y chapuza cinematográfica emerge, cual estrella en un cielo de polución, cual piedra preciosa en el lodo de un vertedero, una poderosa pieza musical, no obstante zaherida y distorsionada por los ruiditos de la escena-videoclip a cuyo acompañamiento se ve degradada, compuesta por Thom Yorke y cuyo título es Hearing damage. Lo demás es excremento.

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