miércoles, 17 de febrero de 2010

Invictus, de Clint Eastwood


Eastwood, de caligrafía torpe, sintaxis tramposa, vocabulario cortito y sentido poético nulo, se muestra ahora además desanimado y chapucero. No hay más que echar un ojo a la interminable escena en el despacho de los agentes de seguridad de "Madiba" para darse cuenta de la incompetencia del director en cuestiones de puesta en escena. Casi diríase que Eastwood, acartonado y avejentado, ha delegado en su segunda unidad para rodar completamente la historia, de tan miserable aspecto que tiene, pero no, en efecto es el propio Eastwood el que firma cada uno de los planos profundizando en esa indecente y decadente carrera que iniciara con aquel montón de excremento cinematográfico que es Mystic river. Irrelevante es por tanto la imagen populista y autocrática de Mandela que refleja la película y el tedioso ritmo de un documento que, lejos de ser ficción, se queda en relato cronológico de un mundial de rugby. Por cierto, ni siquiera Eastwood (el "maestro" Eastwood, ese que rodaba películas con orangutanes) sabe dotar de elegancia, energía o potencia estética el rodaje de las acciones deportivas, cuestión visual que parece resistirse al general de los cineastas contemporáneos, especialmente los patrios, que rehúyen de forma vergonzosa la narración definitiva de una buena historia de fútbol.

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