viernes, 12 de noviembre de 2010

Sevilla Festival de Cine Europeo


Y tuvo que ser el penúltimo día, un viernes a las nueve de la mañana, cuando el festival nos dejara con la boca abierta y por fin sonrientes. Almas silenciosas, de Aleksei Fedorchenko, es de lejos lo mejor de este festival y seguramente lo mejor del año; una sencilla historia de amor atravesada por la nostalgia de las tradiciones perdidas y un halo existencial de dolorosa profundidad. Austera y precisa en la narración, hermosa por momentos, la película de Fedorchenko avergüenza con escenas llenas de matices, sustancias y materias que colman los ojos del espectador a esos directores con ínfulas, amantes de la impostura y la pedantería fotográfica.


Inmediatamente después tuvimos que volver a la realidad. La feliz ama de casa, de Antoinette Beumer, es la nosecuántas bobada que este festival nos ha colado por la escuadra. Si el cine holandés es esto el cine español está de enhorabuena porque, al menos, sabemos que no somos los peores.


Mijke de Jong, directora de Joy, reincide y se empecina en el primer plano como único recurso narrativo, tal como ocurriera en la infame La hermana de Katia, presentada hace dos años en este festival. Algo más sobria y sustanciosa que aquella, nos quedamos con un personaje rabioso, celoso y confundido, perfectamente interpretado por Samira Maas (en la imagen), al que seguimos en la búsqueda de su madre biológica en una historia que sufre algún que otro desmayo estructural y se ve con cierto desánimo.


No podía faltar la película turca en el festival. Mayoría, de Seren Yüce, nos presenta la vida de un muchacho algo simplón y la presión que su estricto padre ejerce sobre él. Con un tempo cansino pero constante, la historia avanza sin aburrir demasiado, lo que es de agradecer. Hay dos cuestiones extracinematográficas que considerar. La primera es inmediata: si los turcos entran en la Unión Europea, yo me salgo de ella, y la segunda es que la censura ataca de nuevo, pues los subtítulos convierten en gitano lo que en la película es kurdo, haciendo incomprensible e incoherente el discurso nacionalista del padre al conocer la relación de su hijo con una muchacha de esta etnia.


No hay que detenerse un sólo minuto en esta vergonzosa estupidez titulada El amor lo es todo, de Joram Lürsen, salvo para repetir la explicación que dio su director acerca de un detalle tradicional holandés, como es la naturaleza española de Sinter Klaas, el Papá Noel de aquellos lares, que llega a los Países Bajos en un barco de vapor y amenaza a los niños que se han portado mal no con carbón sino con la deportación a nuestro país.


Fuera de programa, nos acercamos con curiosidad a ver esta versión del clásico de cine de terror. Este Drácula español, rodado con actores hispanoparlantes (mejicanos en su mayoría), es malo de solemnidad, especialmente por culpa de un director empeñado en hacer unos insertos de primeros planos que provocaron la hilaridad de la sala y por una estructura sobrecargada de escenas inútiles.

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