lunes, 17 de enero de 2011

El último bailarín de Mao, de Bruce Beresford


Mientras la estructura paralela del guión cuenta la vida del bailarín en los Estados Unidos al mismo tiempo que su infancia en la China maoísta la película se deja ver con curiosidad. Una vez esa materia narrativa se agota y empiezan a sucederse los números musicales como único motor de la historia el tedio se adueña de ella. El litigio por la nacionalización actúa finalmente como perfecta excusa para presentar a un régimen comunista menos abyecto de lo que podría pensarse, aunque da la impresión de tratarse de una artimaña publicitaria encargada por las autoridades orientales a fin de presentar el nuevo y poderoso país asiático como un severo pero magnánimo padre. El pasteleo se cierra con una conclusión y un epílogo edulcorados hasta el vómito.

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