lunes, 3 de enero de 2011

Harry Potter y las reliquias de la muerte, parte I, de David Yates


Distingo un problema común en las películas de corte fantástico: no hay reglas internas. Eso de lanzar rayos con una varita mágica pero no poder hacer cualquier otra cosa según le convenga al guionista de turno me parece, además de tramposo, indecente; una falta de respeto al espectador. Aplíquese a Señores de los anillos, Narnias y resto de productos de la sección "peluches" de la cartelera. No obstante, creo justo añadir que esa indiferencia a las reglas internas de una historia se encuentra también, y me pica reconocerlo, en géneros adyacentes como la ciencia ficción, por ejemplo, en La guerra de las galaxias, cuando, a fin de burlar a los guardianes de la Estrella de la muerte, Solo y compaña se esconden en las bodegas del Halcón milenario... ¿El mayor pedazo de chatarra de la galaxia puede viajar a la velocidad de la luz pero la más poderosa obra de ingeniería militar cósmica carece de un simple escáner para verificar los bajos fondos de las naves? En esta tediosa e insignificante primera parte de la conclusión de la saga Potteriana distingo además otra indecencia: la de confeccionar una película a base de lo que en una producción normal serían descartes de la sala de montaje con el propósito de amortizar (exprimir) una franquicia cinematográfica agotada desde el punto de vista narrativo hace ya algunos capítulos (prácticamente desde el segundo). De quién nos acordaremos dentro de cincuenta años, ¿de Han Solo o de Harry Potter? Yo lo sé...


(¿No dan ganas de seguir viendo la pelí?)

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