martes, 17 de mayo de 2011

El sicario de Dios, de Scott Stewart


La razón por la que uno acaba perdiendo el tiempo (y la paciencia, y la fe, y la esperanza) bajando a las arquetas del infierno cinematográfico es la curiosidad y el interés. Ante la puerta uno siempre tiene la inocente intención de entrar en un sitio agradable donde pasar un buen rato, pero la mayoría de las veces se topa con estiércol del calibre de esta repugnante memez escrita con el ano.

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