martes, 7 de junio de 2011

¡Qué dilema!, de Ron Howard


Al contrario que en el cine francés (europeo por extensión), los personajes actúan, se explican y definen por sus actos, impulsan la historia, no esperan mirando al vacío y poniendo cara de estreñimiento enmarcados en planos larguísimos en historias de niñatos tediosos jugando a las casitas. Dicho esto, y para que no parezca una obra maestra (al lado de la cosa gabacha de la Chambon cualquiera lo es), he de dejar claro que no es más que una comedia simpática con la manufactura y empaquetado habitualmente impecable (e insípido la mayor parte de las veces) del cine estadounidense, lo que no deja de ser una lección de lenguaje audiovisual para tanto pedante imbécil.

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