domingo, 31 de julio de 2011


En un somero repaso al más o menos reciente cine español me detengo (por breve tiempo) en estas seis muestras. Sin seguir orden aparente alguno, comienzo con esta cosa indecente, la segunda parte de La herencia Valdemar, de José Luis Alemán, confeccionada con recortes de la sala de montaje de la primera parte y en la que somos testigos, entre otras muchas tropelías, de los estragos que causa un director incompetente en el trabajo de los actores.


Para qué sirve un oso, de Tom Fernández, es una pueril aventura, narrada con ingenuidad infantil y cíñiéndose a las convenciones hollywoodienses hasta el vómito. Aquí, al menos, los actores no deberían avergonzarse de su trabajo.


Para pueril Héroes, de Pau Freixas, una historieta nostálgica cuyos diálogos a veces dan bocados, entre la cursilería y un vergonzoso tono naíf que, desde luego, no arregla un doblaje (la versión original es catalana) que, embotellado, podría venderse como laxante.


Secuestrados, de Miguel Ángel Vivas, carece de valor cinematográfico alguno. En su afán de llevar a cabo una representación idéntica a la realidad consigue precisamente lo contrario: las improvisaciones, el tono impostado, la supuesta naturalidad de las interpretaciones hace aguas y resulta menos creíble, ya a veces inteligible, que cualquier producción convencional. Añádase el momento indecente y vergonzoso en el que la pantalla se divide en dos.


Hierro, de Gabe Ibáñez, es una propuesta sobria. Dotada de una fotografía a veces portentosa -los títulos de crédito, por ejemplo-, el guión va retorciéndose hasta el giro final siguiendo las pautas propias del género de terror psicológico. Es precisamente esta asunción de los convencionalismos narrativos lo que rebaja el valor de la historia.


Finalmente Bruc, el desafío, de Daniel Benmayor. Correcta película de aventuras, con sus correspondientes tramas de amor y rivalidad encarnizada, a la que sólo se le puede reprochar una tibieza general.

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