martes, 13 de septiembre de 2011


A propósito del asunto de la filmación de la cotidianeidad suscitado por el estreno de Stella nada mejor que el reciente visionado de Aita, de José María de Orbe. Suscribiendo los presupuestos estéticos y narrativos de somníferos tales como En construcción y El cielo gira, el director deja la cámara en un sitio, luego de un calculado arreglo de luces, para que quede bonito, y fotografía la pared, a veces con un señor delante. Parece olvidarse el director de la principal función de la cámara: el registro de objetos en movimiento. Así, obtenemos un "fascinante" recorrido por los actos más ordinarios e insignificantes de una persona, es decir, somos espectadores del anticine. ¿Cuánto se tarda en lavarse los dientes, hacer de vientre, montar una estantería de Ikea, fregar los platos o cortarse las uñas? Hágase el cálculo, añádase otras acciones de importancia similar hasta conseguir unos holgados noventa minutos de trepidante rodaje y remátese con breves y claramente improvisados diálogos que esconden una extraña pero profunda sabiduría filosófica acerca del goteo inoportuno en el compartimento congelador del frigorífico. Voila, ya tiene usted su obra maestra del más creativo, rabioso e inmortal cine contemporáneo.

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