domingo, 25 de septiembre de 2011

El árbol de la vida, de Terrence Malick


El concepto "poema audiovisual" casa con la propuesta de Malick, pero no porque la música acompañe a unas imágenes más o menos bonitas sino, principalmente, por la voluntad de subvertir las convenciones narrativas. La poesía no es más que la búsqueda de nuevas formas de expresión, esos "senderos no transitados" de Whitman. Al mismo tiempo, sin embargo, el uso de la voz en off y la presencia masiva de la música, en otras ocasiones molesta, puede considerarse con justicia, una vía convencional. Así pues estamos ante la expresión de una fórmula cinematográfica en cualquier caso distinta, un lenguaje que, como en cada película ajena a los patrones de la corriente puramente industrial, ha de aprenderse para esta ocasión y ninguna otra. El trabajo de precisión realizado con la banda sonora, la fotografía y especialmente el montaje marcan el asombroso tempo de las escenas, en las que cada plano tiene la duración exacta y adecuada y la puesta en escena es impecable. Acaso sea en la segunda parte, tras la majestuosa secuencia del origen de la Tierra -parece mentira que los dinosaurios de Malick parezcan animales y no muñecos ridículos en manos de Spielberg-, cuando Malick rasea sobre un terreno narrativo más familiar y la película se vuelve menos estimulante, pero el resultado final es sin duda una obra notable. Cine.

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