martes, 20 de septiembre de 2011

La piel que habito, de Pedro Almodóvar


Aparte del gusto del guionista por construir unos diálogos de plástico, de esos que se compran en el Carrefour, del director por fotocopiar un acervo cinéfilo por lo visto ciertamente rancio, los exabruptos habituales en el cine almodovariano como la orgía, los cameos de Esther García, la productora, y el "hermanísimo" y, especialmente, esa bofetada vergonzosa y reveladora del carácter amateur, por no decir chapucero, del auteur manchego en competencias cinematográficas que es "el momento tigre", resuelto con la habilidad para la puesta en escena de un asno, se nos quiere hacer tragar con la astuta pero farragosa argucia de contar la segunda parte de la historia en la primera parte de la película y la primera parte de la historia en la segunda parte de la película, de modo que, el grave e irresoluble problema de verosimilitud que acarrea la idea de que un cirujano transforme un hombre en mujer con irrevocable perfección permanece velado hasta el último momento, estafando al espectador militante y sacando de quicio al libre pensador, y por tanto disidente de la espesa y ridícula cohorte de lameculos y sacerdotes del "toque almodovariano".

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