sábado, 10 de marzo de 2012

El capitán Trueno y el Santo Grial, de Antonio Hernández


Resaltar las (innumerables) faltas de la película parece tedioso a estas alturas, pero no insignificante, pues esta pieza no hace sino poner de manifiesto la verdadera tara del cine español: la industrialización. Para construir una industria hace falta profesionales que escriban un guión verosímil, que sepan dirigir actores, que sepan interpretar, y también, que sepan elaborar un calendario de producción que contribuya a crear un producto con hechuras aceptables. Mientras los "profesionales" del cine español no se tomen en serio el trabajo y dejen de hacer las cosas "de oídas" habrá películas con "errores" de reparto, con un guión de retales y cochambroso, con una puesta en escena hilarante y hasta con extravagancias de maquillaje y peluquería de esas que muerden a los ojos.


Por razones acaso borrosas me parece oportuno recordar esta película de Fernando Colomo; El caballero del dragón, una rareza impensable en la "industria" patria y más en 1985. En comparación a la anterior -siendo generosos podemos encuadrar ambas dentro del género de aventuras, por ejemplo- nos encontramos con un guión mejor escrito -ciertamente mejor- y un despliegue de efectos especiales que, a pesar de su aspecto artesanal, resultan efectivos y hasta ingeniosos. Otra cosa puede ser las actuaciones de Klaus Kinski o Harvey Keitel, quien interpreta a un vanidoso guerrero (antecedente del príncipe presumido de Shreck) y que debió pasárselo muy bien en la España de entonces. También aparece Fernando Rey, impecable -a pesar del trompazo que se da por el empujón de Kinski-, y un Miguel Bosé mejor teñido que el pobre muchacho de El capitán Trueno y bastante verosímil en su trabajo a lo Jeff Bridges en Starman. La intervención de Colomo en el guión aporta esos momentos de comedia que afloran, por ejemplo, con el personaje del Caballero Verde, a la sazón Josep María Pou, y que al menos distinguen la pieza dotándola de cierta energía, resultando una película treinta años más vieja que la anterior pero, sin duda, más viva.

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