lunes, 2 de abril de 2012

Tenemos que hablar de Kevin, de Lynne Ramsay


Una puesta en escena sobria y cierta afición por el virtuosismo fotográfico son los pilares de esta historia de catarsis personal algo aburrida y por momentos pedante.


Dada la breve filmografía de Lynne Ramsay se me antoja oportuno hacer un repaso de la misma, para descubrir que parece estar creativamente encadenada a una serie de elementos recurrentes. Su primera película, Ratcatcher, es también una historia de catarsis ambientada en la Escocia de finales del siglo XX. Técnicamente impecable, con una más que aceptable interpretación del niño protagonista, es sin embargo un tedioso recorrido que bien podría durar el triple o cinco veces menos.


La siguiente película se parece más a la última. Morvern Callar, de nuevo, incluye una muerte y cómo la protagonista procesa este hecho. Hay varios elementos que se repiten nueve años después con Tenemos que hablar de Kevin, tanto en el argumento como en el aspecto visual, por ejemplo, la limpieza de la sangre en una y la eliminación de la pintura roja en otra o el viaje a España, que, por cierto, es lo más interesante al situarnos ante una imagen nada favorable (en Morvern Callar).

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